Esta carta no la voy a escribir con la intención de cambiarte, tampoco es la intención que vuelvas conmigo, porque no lo deseo en lo más mínimo. Sólo quiero poder expresar aquéllas cosas y sentimientos que tantas veces traté de decirte, pero nunca pudiste escuchar.
Convivir con vos fué siempre obedecer y callar. Traté de obedecer en lo que podía y siempre terminé callando solamente con la intención de que no te enojaras. Si intentaba expresarme, tu frase favorita era «no me rompas las bolas». Así que me acostumbré a una relación en la que no tenía voz, en la que mis sentimientos y emociones no valían nada. Igualmente, se que poder expresar lo que sentía no habría cambiado en nada el final de nuestra relación; porque para cambiar, primero hay que reconocer lo que se hace mal y querer cambiarlo. Pero a tu parecer vos estabas bien y el problema era yo.
A lo último, tal vez, debido a tantas humillaciones y violencia que sufrí, terminé siendo el problema yo también, porque sentía que ya no tenía fuerzas para vivir. Cualquier obligación, por mínima que fuera, era enorme; y yo llegué a sentirme tan pequeña cómo una hormiga.
Pero ¿Sabes qué? Si, las hormigas son muy pequeñas; pero también son extremadamente fuertes. Y, cómo siempre me dijeron “sos una mujer con una enorme fuerza”, a pesar de todo lo que viví a tu lado pude armarme del coraje necesario para hacer un paso al costado e intentar comenzar una nueva vida. ¿Te acordás de todas las veces que me agarraste del cuello en un ataque de furia? ¿O la vez que me hiciste arrodillar y pusiste un arma en mi cabeza? ¿O todas las veces que descubrí tus infidelidades? Nunca tenías vos la culpa, la culpable era siempre yo. Cada una de estas cosas caló tan hondo en mí que aún hoy, después de más de un año de separación, todavía me cuesta relacionarme con otras personas ajenas a mi círculo íntimo.
Nunca tenías vos la culpa, la culpable era siempre yo.
Publico esta carta hoy, 11 de Noviembre, que arranqué a escribir el 1º de Octubre, cuando me tocó ir al hospital a hacer mi primer control tras la mastectomía, y en esa ocasión; y también en la siguiente control, a los 15 días, cuando me tocó recostarme en la camilla no pude evitar poner el brazo encima del pecho, porque me sentí amenazada a un punto donde mi cuerpo se bloquea en esa posición defensiva. “No te voy a lastimar” dijo el médico, incapaz de imaginar qué estaba ocurriendo en el consultorio.
Se que de a poco voy a lograr re-encontrarme con esa Caro que supe ser alguna vez, cuando no me callaba por sentir miedo de decir las cosas.

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